24 dic 2012

El hígado de Perry.


Hablando con un buen amigo mío acerca de (CHAN CHAN) sentimientos (Lo sé: ¿WTF? He de mencionar que esto no es nada habitual, ya que nuestras conversaciones suelen derivar siempre en divagaciones tales como lagartijas anémicas, la bella y graciosa moza que marchose a lavar la ropa etc., tecnocracias utópicas, y cervezas, al final siempre salen las cervezas… Y me reafirmo en que no me gusta la cerveza, demontre, ¡que no!). Pues lo dicho, estaba yo pensando…

…mostrar sentimientos. Mostrar sentimientos (hasta la palabra es ñoña; de hecho, tengo la sensación de que cualquier frase en la que pongas esta palabra, se hará ñoña, como por arte de birlibirloque. ¿No os lo creéis? Voy a hacer la prueba, y así os lo demuestro y me quedo tranquila:

 1.-La mandarina es naranja.
 2.-La mandarina tiene sentimientos naranjas.

¿Lo veis? ¡Ñoño, os digo! Entrañable también, si, la mandarina es majísima, lo sé... pero como os decía: Sobre todo, es ñoño).

El caso, que me voy por las ramas, para no variar. Para no hacer esto tan… ñoño (necesito un diccionario de sinónimos: Santa Claus, si estás ahí… ¡Ya sabes, hoy es el día propicio!), voy a plasmarlo en una historieta, donde hígado significará sentimientos (dándole este toque un poco visceral me creo que le quito ñoñez al asunto). Ahí que os va:

“No puedes compartir tu hígado con cualquiera. Tienes que tener primero la certeza de que la persona con la que estás compartiendo tu hígado es especial, que lo merece, que se lo ha ganado, (si ha tenido cirrosis, por ejemplo, corres el riesgo de que destroce tu hígado del mismo modo que hizo con el suyo).

Esto lo sabía muy bien Perry, aunque ni Perry lo supiera. Y es que Perry, durante toda su vida había compartido su hígado con todo tipo de personas, que se habían reído de que su forma no era lo suficientemente triangular, de que su color era demasiado intenso o de que su textura no parecía ajustarse a los cánones del Hígado dictados por la sociedad en que Perry vivía. Así que Perry, triste porque las otras personas no habían sabido apreciar su hígado, un buen día se levantó y dejó de compartirlo, sin más. Os diré con ojo clínico que Perry tenía un hígado especialmente bonito: Voluminoso, brillante de vitaminas, rojo como un rubí. No hace falta que os diga que las personas que no habían sido capaces de apreciar esto eran un poco inexpertas e inmaduras, con un ojo clínico pobremente desarrollado.

Pasaron muchos años, y el precioso hígado de Perry fue quedando en el olvido, recluido y confinado en su interior. Perry no se daba cuenta, pero su hígado latía por ser compartido. Se sentía triste, y su color rojo rubí brillaba cada día un poco menos: Se estaba volviendo un hígado apagado (a los hígados, que a veces toman conciencia de sí mismos y parecen tener vida propia, les gusta mucho de vez en cuando salir a dar un paseo; son presumidos y, aunque huidizos, tienen buen corazón y aprecian la calidad cálida de otros buenos hígados brillantes; los hígados, amigos míos, y esto es algo muy importante que debéis saber y no podéis olvidar, brillan más y más con cada hígado afín en el que se ven reflejados, henchidos de orgullo y esperanza, más rojos y brillantes que nunca).

Así que un día, Perry tuvo un colapso hepático, y fue al hospital, sin saber muy bien qué le pasaba. Por suerte (démosle un buen final a nuestro amigo Perry, ahora que ya he contado lo que quería contar), allí encontró a una enfermera con un hígado resplandeciente, brillante por compartir sus preciosos hepatocitos lindamente hexaédricos, que finalmente consiguió con sus fuertes células de Kupffer (esto, queridos lectores, como inciso y excusa para que aprendáis un poco de histología [no sé por qué me ha dado por ahí, pero bueno, nunca está de más saber algo nuevo], son macrófagos, es decir, los duendecillos [no son duendecillos, son células, pero ya sabéis que estoy tarada y escribo lo que me da la gana que para algo es mi blog] que se encargan de limpiar todas las cosas malas y envejecidas, en el caso del hígado de Perry, los malos recuerdos, los miedos, las experiencias feas, los eritrocitos viejos…), pues eso, que nuestra buena enfermera, con sus fuertes células de Kupffer y la más sincera de sus sonrisas, consiguió iluminar de nuevo el hígado de Perry, reparando sus heridas y enseñándole las maravillas de compartir el hígado con quien realmente así se lo merece y es capaz de apreciarlo. Y esta es la historia del hígado de Perry”


Moraleja: 
No compartas tu hígado con alguien que tiene cirrosis, 
o si acaso, cúrale la cirrosis primero.

21 dic 2012

El verdadero fin del mundo.


Hoy vengo calentita aún con el fresqui que hace y dispuesta a repartir a diestro y siniestro, así que quien tenga un buen día de la alegría en Yupilandia y no quiera sumirse en pensamientos reales la mar de deprimentes, que no siga leyendo; yo ya os lo he advertido. Aunque claro, también podéis seguir leyendo para disfrutar de mi natural y graciosa dialéctica, y pasaros el contenido por el forro. Luego un buen trozo de turrón de chocolate, y como si nada, como viene siendo costumbre (me lo aplico, no os preocupéis; mejor comerse un buen trozo de turrón de chocolate que tirarse por la ventana). Y os preguntareis: “Pero mi querida muchacha, ¿qué cable se te ha cruzado ahora para venir de un humor tan agrio y qué haces que no estás saltando por los bosques?” Pues os lo voy a contar, y os aguantáis, que el blog es mío y escribo lo que me da la gana. He dicho.

El caso es que vengo de dar una vuelta nada agradable ni alegre (gracias música por amenizarme el suplicio) por el centro de la ciudad, tan navideño y jolgorioso y lleno de adornos y luces, hasta los topes de despreocupadas personas que felices terminan de conseguir sus últimas compras navideñas (me guardo para otro día la diatriba del “¿Por qué regalamos cosas en navidad?” con base neurológica y todo, si queréis). Y entre esa multitud estaba yo, con la misma finalidad, para qué engañaros (intentaba conseguir regalos y, como anecdótico y por mi naturaleza de persiana [que se enrrolla], diré que me he vuelto con las manos vacías y veremos si no me toca repetir mañana tamaña hazaña, toma rima).

El caso es que mientras andaba entre esa multitud, no he podido evitar fijarme en la cara triste del hombre del acordeón, que envuelto en su abrigo y con la bufanda hasta la nariz tocaba un villancico amargamente alegre nada a juego con su expresión, y en la señora que con un vasito de plástico pedía unas monedas en la puerta de una pastelería, y en el señor que aguantaba impasible durante horas (lo sé porque seguía con la misma postura cuando he vuelto a pasar a su lado) arrodillado sosteniendo una bandejita (cuando yo he pasado, los chicos de delante se han chocado contra esta bandejita y el hombre, como un árbol, se ha mecido por un momento hacia el lado con la inercia para enseguida volver a su posición, indiferente. La bandejita estaba vacía, por cierto).

Y es que, al margen de estas pequeñas desgracias individuales que parecen no afectarnos mientras caminamos cargados de bolsas con regalos y bollos recién horneados, por lo visto el Ayuntamiento de mi actual ciudad de residencia se ha ahorrado 9.700€ en iluminación navideña este año. Parece ser que “el consumo eléctrico por el alumbrado de Navidad será de 124€ diarios, gastándose en total 4.741€ (el año pasado fueron 14.449€)”. Aquí la noticia: 

http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/badajoz/el-ayuntamiento-de-badajoz-ahorrara-9-700-euros-en-su-iluminacion-navidena-que-sera-100-led_696170.html

A mí todo esto del ahorro energético me parece muy bien, pero aún y con todo me lleva a preguntarme… ¿Por qué está tan mal organizado todo? ¿y por qué nos quedamos todos tan callados? (Esta última creo que me la sé: Involucrarse en los problemas del mundo real significa correr el riesgo de volverse loco o un amargado al ver que no somos capaces de cambiar nada… Humor ante eso). El caso, habiendo gente pasando frío y hambre en la calle, y algunos hasta en sus casas, ahora más que nunca, ¿Es realmente más importante alumbrar las calles para envolver en un tono de falsa alegría una celebración tan inútil y sin sentido que invertir ese dinero en cosas más importantes y menos frívolas? Con 4000€ de sobra le daría al Ayuntamiento para organizar un buen banquete público y gratuito al que estuvieran invitadas todas aquellas personas que quisieran asistir (mejor me callo respecto a qué narices va a hacerse con los 10.000€ que se han ahorrado este año). Una comida caliente, con un buen postre; un buen festín de Navidad (tanto que se nos llena la boca en estas fechas con esta palabra que tan poco sentido parece tener) para todos aquellos que quieran disfrutarla. Sé que ya existen comedores sociales y demás, pero obviamente, no es suficiente. 

Y me pregunto, si esto se me ha ocurrido a mí dando una vuelta por la ciudad, ¿de verdad no se le ha ocurrido algo parecido a ningún político? ¿O será que si comes muchas gambas y puedes comprar regalos sin tener que mirar los precios no te planteas estas cosas?


El silencio te puede hacer invisible, pero la multitud también.



16 nov 2012

La maldita raza humana.


El artículo de Mark Twain que transcribo a continuación (titulado La maldita raza humana) fue censurado en la época de su publicación. Me parece una obra maestra de la ironía, que como tal debe ser debidamente apreciada. Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis:

"A partir de entonces y durante casi otros treinta millones de años la preparación avanzó con energía. A partir del pterodáctilo se desarrolló el pájaro; a partir del pájaro el canguro y, del canguro, los otros marsupiales; de éstos, el mastodonte, el megaterio, el perezoso gigante, el alce irlandés y todos aquellos animales de los que se pueden obtener útiles e instructivos fósiles. Luego sobrevino la primera gran glaciación y todos retrocedieron ante ella y cruzaron el puente del estrecho de Bering y fueron rodando por Europa y Asia hasta morir. Todos, excepto unos pocos, para continuar la preparación. Seis glaciaciones, con períodos de dos millones de años entre cada una de ellas, acosaron a aquellos pobres huérfanos por todos los rincones de la TIerra, con climas extremos, desde un calor tropical abrasador en los polos hasta heladas árticas en el ecuador, que se iban alternando, sin saber nunca cómo sería el siguiente cambio climñatico. Y si en alguna ocasión se establecían en algún punto determinado, todo el continente se hundía debajo de ellos sin previo aviso y tenían que tratar el sitio a ocupar con los peces y resolverse hacia el lugar donde había estado el mar, y sin apenas un harapo seco con que cubrirse. Y cuando todo volvía a la normalidad, un volcán entraba en erupción y los expulsaba del lugar en el que habían estado viviendo. Llevaron esta vida errante y molesta durante veinticinco millones de años, la mitad del tiempo en el mar y la otra mitad en la tierra; y preguntándose siempre por qué, sin sospechar, naturalmente, que era una preparación para el hombre y que tenía que hacerse así o no habría ningún lugar adecuado y armonioso para cuando él llegase. Y por fin llegó el mono y era fácil ver que el hombre ya no estaba lejos. Y así era en verdad. El mono continuó desarrollándose durante casi cinco millones de años y luego se convirtió en hombre, bajo todos los aspectos.

Y ésta es la historia. El hombre ha estado aquí desde hace 32000 años. El que fueran necesarios cien millones de años para preparar el mundo para él demuestra que es para eso para lo que fue hecho. O así lo supongo yo; no sé. Si la Torre Eiffel representase la edad de la TIerra en la actualidad, la capa de pintura en el saliente del pináculo de la parte superior sería el período de tiempo transcurrido desde la aparición del hombre. Y nadie repararía, o así creo yo, en que la torre había sido construida para sostener aquella capa de pintura."

8 nov 2012

Fragmento de "El error de Descartes", de Antonio R. Damasio



"La distinción entre enfermedades "del cerebro" y "de la mente", entre problemas "neurológicos" y problemas "psicológicos" o "psiquiátricos", es una desafortunada herencia cultural que impregna nuestra sociedad y nuestra medicina. Refleja una ignorancia básica de la relación entre cerebro y mente. Las enfermedades del cerebro se consideran como tragedias infligidas a personas a las que no se puede culpar por su condición, mientras que las enfermedades mentales, especialmente las que afectan a la conducta y a la emoción, se ven como inconveniencias sociales de las que los que las sufren tienen que responder en gran medida. Los individuos tienen la culpa de sus fallos de carácter, su modulación emocional defectuosa, etc; se da por supuesto que el principal problema es la falta de voluntad (...)"


¿Conoces la historia de Phineas Gage?

15 sept 2012

De derechos, novelerías y otros cuentos comerciales.


Hoy os traigo una historia. Hace un par de días han inaugurado en mi ciudad, Badajoz, un centro comercial bastante grande: 66.000 m2, 20.000 dedicados a los 97 establecimientos abiertos (para dar una idea, el madrileño estadio Santiago Bernabeu cuenta con 7.500 m2, y Xanadú, el centro comercial más grande de Europa, con 135.000 m2). Obviamente tal suceso es un evento más que digno de celebración y revuelo social, no sólo por parte de los pacenses sino también de los cacereños, emeritenses, gente de todos los pueblos circundantes y no tan circundantes (quizás se dejen ver incluso algunos andaluces) y por supuesto portugueses (se calcula que el área de influencia es de unas 500.000 personas y que a la larga las compras de los portugueses representarán hasta un 20% del total). Pese a que Badajoz es una ciudad histórica, bonita y tranquila, el turismo no es uno de sus puntos fuertes (más por dejadez y fomento nulo por parte de la presidencia que por otra cosa), por lo que la inauguración de "El Faro" va a darle el empujón que tanta falta le hacía.

Los futuros beneficios económicos son más que evidentes (tras una inversión de 185 millones de euros y con la que está cayendo, más vale), pero el caso es que no pretendía contaros la bella historia del impulso turístico de Badajoz ni de cómo se generaron ocio y puestos de trabajo entre la población y todos vivieron felices y comieron perdices; no. 


Quería contaros cómo hoy ha habido una manifestación en Madrid para protestar contra las reformas y en las noticias me han informado mucho más sobre el cumpleaños de la princesa Letizia que sobre la protesta. Quería contaros cómo he ido a la Universidad, que (fallo) está de camino al centro comercial, y me he comido un atasco de media hora al volver a casa, atrapada entre gente con bolsas y más bolsas que volvía de hacer sus compras en Primark. Quería contaros cómo se me ha encogido el alma cuando he leído en el periódico un titular que rezaba “Carreras, gritos y empujones para ser los primeros en comprar”. Como si de catetos que nunca hubieran visto un centro comercial se tratase, y cómo si el país no se estuviera hundiendo mientras tanto en la más dramática de las ruinas. No quiero ser hipócrita; soy la primera que va a ir a echar un vistazo al centro comercial en cuanto se calme la cosa y adelantándome a la crítica: No, no he ido a la manifestación en Madrid hoy. Pero aún así digo, ¿de verdad era necesario dar tan lamentable espectáculo como para que se escribiera un artículo con ese nombre?


Pero el consumismo desenfrenado y las ganas de juerga y jolgorio que todos los españoles tenemos no es algo nuevo; lo que me sorprende es que la apertura de un centro comercial mueva a más de 30.000 personas, y una manifestación a nivel nacional por los derechos que tan brutalmente nos están siendo suprimidos, apenas 65.000 (también suponiendo que esta cifra facilitada por la Delegación del Gobierno no esté manipulada). Señores, 65.000 frente a 30.000, apenas el doble de personas luchando por sus derechos que de personas (a saber cuantas de ellas en el paro o afectadas directamente por los recortes) de cachondeo. Personalmente me da escalofríos pensarlo.

Con esto, exagerada y catastrófica que soy, no puedo evitar que me vengan a la cabeza imágenes de circos romanos, de personas mugrientas apiladas de pie en los gallineros de los teatros, el fútbol, la programación de Telecinco, y en definitiva, todas esas cosas que los dirigentes nos han proporcionado desde siempre para evadirnos de esa realidad de mierda que ellos han creado y nosotros nos tenemos que tragar sin rechistar. Es como eso de "Con un poco de azúcar esa píldora que os dan..." Comprad y divertíos todo lo que queráis, pero recordad que se están riendo de nosotros y que ellos no van a ser los que se queden sin trabajo, ni sus hijos sin educación.

13 sept 2012

El Tiempo no tolera que le den palmadas.


"-Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo -dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!

-No sé lo que usted quiere decir -protestó Alicia.

-¡Claro que no lo sabes! -dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio-. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!

-Creo que no -respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas.

-¡Ah, eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj. ¡La una y media! ¡Hora de comer!"

A mi Flor de la Argentina.


Malgasté mi tiempo; ahora el tiempo me malgasta a mí.
                                                                                                 Shakespeare.

"Reloj blando en el momento de su primera explosión" – S. Dalí.
¿Qué tienes que contar, reloj molesto,
en un soplo de vida desdichada
que se pasa tan presto;
en un camino que es una jornada,
breve y estrecha, de este al otro polo,
siendo jornada que es un paso solo?
Que, si son mis trabajos y mis penas,
no alcanzarás allá, si capaz vaso
fueses de las arenas
en donde el alto mar detiene el paso.
Deja pasar las horas sin sentirlas,
que no quiero medirlas,
ni que me notifiques de esa suerte
los términos forzosos de la muerte.
No me hagas más guerra;
déjame, y nombre de piadoso cobra,
que harto tiempo me sobra
para dormir debajo de la tierra.

Pero si acaso por oficio tienes
el contarme la vida,
presto descansarás, que los cuidados
mal acondicionados,
que alimenta lloroso
el corazón cuitado y lastimoso,
y la llama atrevida
que Amor, ¡triste de mí!, arde en mis venas
(menos de sangre que de fuego llenas),
no sólo me apresura
la muerte, pero abréviame el camino;
pues, con pie doloroso,
mísero peregrino,
doy cercos a la negra sepultura.
Bien sé que soy aliento fugitivo;
ya sé, ya temo, ya también espero
que he de ser polvo, como tú, si muero,
y que soy vidro, como tú, si vivo.
Quevedo.

12 sept 2012

La leyenda de Muchoyó.

Cuenta la leyenda que si repites muchas veces "YO" haciendo el baile del pollo en círculos, aparece Pocoyó de la nada y como un relámpago digievoluciona en Muchoyó, despojando de inmediato al insensato invocador de su inteligencia humana con maquiavélico afán destructivo. No sé por qué me da la sensación de que más de un valiente temerario se la ha jugado desafiando esta escalofriante advertencia... Pero no os preocupéis, mis bravos intrépidos, ya que aún siendo lelos aún os quedan esperanzas, pues cuenta también la leyenda que el único modo de recuperar la inteligencia perdida es viajando hasta otros planetas a lomos de un ceroso elefante rosa llamado Epi mientras hacéis el columpio simultáneamente con dos yo-yós. Nada más que la mejor de las suertes me queda desearos; ¡Fuerza y honor!

Lenguajes de programación.


A veces sucede que las personas no somos capaces de entendernos. Aún hablando el mismo idioma, hay veces que simplemente no podemos comprendernos, como si una gran barrera de confusión se alzara entre nosotros, que nos oímos y hasta nos escuchamos, que nos escrutamos los unos en los ojos de los otros como tratando de adivinar el sentido de ese caos verborreico totalmente indescifrable y sin aparente claridad en que se ha convertido nuestra charla. Es entonces cuando nos sobreviene la rabia, la furia, la frustración que nos asedia con la incertidumbre de si no sabremos expresarnos con la suficiente transparencia o si simplemente nuestro receptor es un imbécil redomado poco espabilado.

Llegados a este punto, algunas personas comienzan entonces a gritar, pensando que al alzar la voz el contenido de su mensaje se hará más claro; otras despotrican ferozmente y agreden verbalmente a su adversario, tratando de minar la seguridad de éste humillando y menospreciando sus argumentos e ideas, y otras pocas se muerden la lengua tratando de ocultar (normalmente sin éxito) su certeza absoluta de que tienen razón y lo que sucede es simplemente que la otra persona es incapaz de comprender la verdad de sus argumentos, corta de miras, y hasta se apiadan de ella, misericordiosos (estos últimos quizás sean los peores, ya que su férrea convicción los hace soberbios e intransigentes; seamos humildes y librémonos del fanatismo, Amén). 

Volviendo al principio y resumiendo: Parece ser que hay ciertas personas que pese a tener a su alcance todas las herramientas posibles para comunicarse no son capaces de ponerse de acuerdo ni de comprenderse. ¿Por qué les pasa esto? Mi teoría es simple: Están codificadas en diferentes claves. Quizás compartan algunos símbolos o sean capaces de traducirlos, pero serán tan solo destellos fugaces de comprensión, guiños de complicidad efímeros sobre un abismo insalvable. Otras personas, sin embargo, parecen saber descifrarse con tal soltura que hayan dedicado sus vidas enteras a estudiar sus códigos; entre éstas personas bastarán un par de miradas, un gesto vago, algunas palabras.

Conclusión: Intentemos pensar que existen otros lenguajes de programación (tantos como personas) en vez de dar por hecho que la persona con la que discutimos es lerda, o que lo somos nosotros. Aunque bueno, si al final descubrimos con certeza irrevocable que de verdad es lerda, pues será que lo es, ¡tampoco es cuestión de negar la realidad!


11 sept 2012

¿Con qué derecho se dice que un niño está más cualificado que otro?


Vivimos en una sociedad en la que somos más  un número que una entidad. Una entidad humana, a ver si piensan los que me leen que con entidad pretendo decir financiera, un bolsillo con más o menos dinero (que puede ser que así es como nos vean nuestros queridos dirigentes, como una cartera numerada con piernas y mas o menos billetes asomando).

Vivimos en un modelo social en el que hacemos creer a las personas desde muy pequeñas que las que tengan el número más alto en una calificación sobre conocimientos aleatorios son las más inteligentes. ¿Quién ha decidido que es más importante saber el teorema de Pitágoras que diferenciar qué setas son venenosas? ¿Quién ha llegado a la conclusión de que un problema matemático sólo será correcto cuando la solución venga dada siguiendo el procedimiento exigido por el profesor?

Se está matando la originalidad,  la creatividad, y lo peor de todo, el amor propio de esas pequeñas personitas desde su más tierna infancia. Porque ese convencimiento que van a adquirir desde tan temprano, esa sensación de superioridad o inferioridad con respecto a sus más aventajados o desaventajados compañeros, es algo que les acompañará de por vida y que probablemente determine por completo sus futuros; es algo que va a modelar profundamente su personalidad y actitud en la vida.  Estamos creando cuadrillas de críos que saldrán de los institutos convencidos de que los números, de calificaciones o de las nóminas, determinan sus aptitudes. Y no lo hacen.

¿Con qué derecho se dice que un niño está más cualificado que otro? ¿En qué escala? ¿En qué materia? ¿No puede ser que a ese niño simplemente no se le esté estimulando correctamente en lo que realmente destaca? Siempre hemos escuchado que los adultos tienen la razón, que los niños no saben. Pero nunca he visto guerras generadas por los errores de unos niños, ni por las pasiones mal reprimidas de unos chiquillos, nunca he visto maldad sin solución, terrorismo o destrucción deliberada y malsana en los juegos infantiles. Los adultos, mal que pese, no son más que niños grandes, y como tales, no deberían decidir libremente sobre la vida de otras personas, y menos aún siendo estas personas débiles, pequeñas y fácilmente manipulables. Cortarle las alas al futuro de una criatura porque sea torpe en matemáticas, o en sintaxis, quizás esté privando a la humanidad de un brillante inventor. Y no por no estimularlo, sino por minar su confianza en sus posibilidades para destacar en algo por encima de los demás.

Ser adulto no debería implicar querer organizar a tu manera el mundo que te rodea o manejar la situación según lo que más correcto parezca en ese momento, mirando en realidad por tus propios intereses y convicciones. Quizás en el siguiente post sustituya la palabra niño por pueblo, y adulto por gobierno.