Hoy
os traigo una historia. Hace un par de días han inaugurado en mi ciudad, Badajoz, un centro
comercial bastante grande: 66.000 m2, 20.000 dedicados a los 97 establecimientos abiertos (para dar una idea, el
madrileño estadio Santiago Bernabeu cuenta con 7.500 m2,
y Xanadú, el centro comercial más grande de Europa, con 135.000 m2). Obviamente
tal suceso es un evento más que digno de celebración y revuelo social, no sólo
por parte de los pacenses sino también de los cacereños, emeritenses, gente de
todos los pueblos circundantes y no tan circundantes (quizás se dejen ver incluso
algunos andaluces) y por supuesto portugueses (se calcula que el área de influencia es de unas 500.000
personas y que a la larga las compras de los portugueses representarán hasta un
20% del total). Pese a que Badajoz es una ciudad histórica, bonita y tranquila,
el turismo no es uno de sus puntos fuertes (más por dejadez y fomento nulo por
parte de la presidencia que por otra cosa), por lo que la inauguración de "El Faro" va a darle el empujón que tanta falta le hacía.
Los
futuros beneficios económicos son más que evidentes (tras una inversión de 185 millones de euros y
con la que está cayendo, más vale), pero el caso es que no pretendía contaros la bella historia del impulso turístico de Badajoz ni de cómo se generaron ocio y puestos de trabajo entre la población y todos
vivieron felices y comieron perdices; no.
Quería contaros cómo hoy ha habido una manifestación en Madrid para protestar contra las reformas y en las noticias me han informado mucho más sobre el cumpleaños de la princesa Letizia que sobre la protesta. Quería contaros cómo he ido a la Universidad, que (fallo) está de camino al centro comercial, y me he comido un atasco de media hora al volver a casa, atrapada entre gente con bolsas y más bolsas que volvía de hacer sus compras en Primark. Quería contaros cómo se me ha encogido el alma cuando he leído en el periódico un titular que rezaba “Carreras, gritos y empujones para ser los primeros en comprar”. Como si de catetos que nunca hubieran visto un centro comercial se tratase, y cómo si el país no se estuviera hundiendo mientras tanto en la más dramática de las ruinas. No quiero ser hipócrita; soy la primera que va a ir a echar un vistazo al centro comercial en cuanto se calme la cosa y adelantándome a la crítica: No, no he ido a la manifestación en Madrid hoy. Pero aún así digo, ¿de verdad era necesario dar tan lamentable espectáculo como para que se escribiera un artículo con ese nombre?
Pero el consumismo desenfrenado y las ganas de juerga y jolgorio que todos los españoles tenemos no es algo nuevo; lo que me sorprende es que la apertura de un
centro comercial mueva a más de 30.000 personas, y una manifestación a nivel nacional
por los derechos que tan brutalmente nos están siendo suprimidos, apenas 65.000
(también suponiendo que esta cifra facilitada por la Delegación del Gobierno no
esté manipulada). Señores, 65.000 frente a 30.000, apenas el doble de personas
luchando por sus derechos que de personas (a saber cuantas de ellas en el paro
o afectadas directamente por los recortes) de cachondeo. Personalmente me da escalofríos
pensarlo.
Con esto, exagerada y catastrófica que soy, no puedo evitar que me vengan a la cabeza imágenes de circos
romanos, de personas mugrientas apiladas de pie en los gallineros de los teatros,
el fútbol, la programación de Telecinco, y en definitiva, todas esas cosas que los dirigentes nos han proporcionado desde siempre para evadirnos de esa realidad de mierda que ellos han creado y nosotros nos tenemos que tragar sin rechistar. Es como eso de "Con un poco de azúcar esa píldora que os dan..." Comprad y divertíos todo lo que queráis, pero recordad que se están riendo de nosotros y que ellos no van a ser los que se queden sin trabajo, ni sus hijos sin educación.
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