15 sept 2012

De derechos, novelerías y otros cuentos comerciales.


Hoy os traigo una historia. Hace un par de días han inaugurado en mi ciudad, Badajoz, un centro comercial bastante grande: 66.000 m2, 20.000 dedicados a los 97 establecimientos abiertos (para dar una idea, el madrileño estadio Santiago Bernabeu cuenta con 7.500 m2, y Xanadú, el centro comercial más grande de Europa, con 135.000 m2). Obviamente tal suceso es un evento más que digno de celebración y revuelo social, no sólo por parte de los pacenses sino también de los cacereños, emeritenses, gente de todos los pueblos circundantes y no tan circundantes (quizás se dejen ver incluso algunos andaluces) y por supuesto portugueses (se calcula que el área de influencia es de unas 500.000 personas y que a la larga las compras de los portugueses representarán hasta un 20% del total). Pese a que Badajoz es una ciudad histórica, bonita y tranquila, el turismo no es uno de sus puntos fuertes (más por dejadez y fomento nulo por parte de la presidencia que por otra cosa), por lo que la inauguración de "El Faro" va a darle el empujón que tanta falta le hacía.

Los futuros beneficios económicos son más que evidentes (tras una inversión de 185 millones de euros y con la que está cayendo, más vale), pero el caso es que no pretendía contaros la bella historia del impulso turístico de Badajoz ni de cómo se generaron ocio y puestos de trabajo entre la población y todos vivieron felices y comieron perdices; no. 


Quería contaros cómo hoy ha habido una manifestación en Madrid para protestar contra las reformas y en las noticias me han informado mucho más sobre el cumpleaños de la princesa Letizia que sobre la protesta. Quería contaros cómo he ido a la Universidad, que (fallo) está de camino al centro comercial, y me he comido un atasco de media hora al volver a casa, atrapada entre gente con bolsas y más bolsas que volvía de hacer sus compras en Primark. Quería contaros cómo se me ha encogido el alma cuando he leído en el periódico un titular que rezaba “Carreras, gritos y empujones para ser los primeros en comprar”. Como si de catetos que nunca hubieran visto un centro comercial se tratase, y cómo si el país no se estuviera hundiendo mientras tanto en la más dramática de las ruinas. No quiero ser hipócrita; soy la primera que va a ir a echar un vistazo al centro comercial en cuanto se calme la cosa y adelantándome a la crítica: No, no he ido a la manifestación en Madrid hoy. Pero aún así digo, ¿de verdad era necesario dar tan lamentable espectáculo como para que se escribiera un artículo con ese nombre?


Pero el consumismo desenfrenado y las ganas de juerga y jolgorio que todos los españoles tenemos no es algo nuevo; lo que me sorprende es que la apertura de un centro comercial mueva a más de 30.000 personas, y una manifestación a nivel nacional por los derechos que tan brutalmente nos están siendo suprimidos, apenas 65.000 (también suponiendo que esta cifra facilitada por la Delegación del Gobierno no esté manipulada). Señores, 65.000 frente a 30.000, apenas el doble de personas luchando por sus derechos que de personas (a saber cuantas de ellas en el paro o afectadas directamente por los recortes) de cachondeo. Personalmente me da escalofríos pensarlo.

Con esto, exagerada y catastrófica que soy, no puedo evitar que me vengan a la cabeza imágenes de circos romanos, de personas mugrientas apiladas de pie en los gallineros de los teatros, el fútbol, la programación de Telecinco, y en definitiva, todas esas cosas que los dirigentes nos han proporcionado desde siempre para evadirnos de esa realidad de mierda que ellos han creado y nosotros nos tenemos que tragar sin rechistar. Es como eso de "Con un poco de azúcar esa píldora que os dan..." Comprad y divertíos todo lo que queráis, pero recordad que se están riendo de nosotros y que ellos no van a ser los que se queden sin trabajo, ni sus hijos sin educación.

13 sept 2012

El Tiempo no tolera que le den palmadas.


"-Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo -dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!

-No sé lo que usted quiere decir -protestó Alicia.

-¡Claro que no lo sabes! -dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio-. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!

-Creo que no -respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas.

-¡Ah, eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj. ¡La una y media! ¡Hora de comer!"

A mi Flor de la Argentina.


Malgasté mi tiempo; ahora el tiempo me malgasta a mí.
                                                                                                 Shakespeare.

"Reloj blando en el momento de su primera explosión" – S. Dalí.
¿Qué tienes que contar, reloj molesto,
en un soplo de vida desdichada
que se pasa tan presto;
en un camino que es una jornada,
breve y estrecha, de este al otro polo,
siendo jornada que es un paso solo?
Que, si son mis trabajos y mis penas,
no alcanzarás allá, si capaz vaso
fueses de las arenas
en donde el alto mar detiene el paso.
Deja pasar las horas sin sentirlas,
que no quiero medirlas,
ni que me notifiques de esa suerte
los términos forzosos de la muerte.
No me hagas más guerra;
déjame, y nombre de piadoso cobra,
que harto tiempo me sobra
para dormir debajo de la tierra.

Pero si acaso por oficio tienes
el contarme la vida,
presto descansarás, que los cuidados
mal acondicionados,
que alimenta lloroso
el corazón cuitado y lastimoso,
y la llama atrevida
que Amor, ¡triste de mí!, arde en mis venas
(menos de sangre que de fuego llenas),
no sólo me apresura
la muerte, pero abréviame el camino;
pues, con pie doloroso,
mísero peregrino,
doy cercos a la negra sepultura.
Bien sé que soy aliento fugitivo;
ya sé, ya temo, ya también espero
que he de ser polvo, como tú, si muero,
y que soy vidro, como tú, si vivo.
Quevedo.

12 sept 2012

La leyenda de Muchoyó.

Cuenta la leyenda que si repites muchas veces "YO" haciendo el baile del pollo en círculos, aparece Pocoyó de la nada y como un relámpago digievoluciona en Muchoyó, despojando de inmediato al insensato invocador de su inteligencia humana con maquiavélico afán destructivo. No sé por qué me da la sensación de que más de un valiente temerario se la ha jugado desafiando esta escalofriante advertencia... Pero no os preocupéis, mis bravos intrépidos, ya que aún siendo lelos aún os quedan esperanzas, pues cuenta también la leyenda que el único modo de recuperar la inteligencia perdida es viajando hasta otros planetas a lomos de un ceroso elefante rosa llamado Epi mientras hacéis el columpio simultáneamente con dos yo-yós. Nada más que la mejor de las suertes me queda desearos; ¡Fuerza y honor!

Lenguajes de programación.


A veces sucede que las personas no somos capaces de entendernos. Aún hablando el mismo idioma, hay veces que simplemente no podemos comprendernos, como si una gran barrera de confusión se alzara entre nosotros, que nos oímos y hasta nos escuchamos, que nos escrutamos los unos en los ojos de los otros como tratando de adivinar el sentido de ese caos verborreico totalmente indescifrable y sin aparente claridad en que se ha convertido nuestra charla. Es entonces cuando nos sobreviene la rabia, la furia, la frustración que nos asedia con la incertidumbre de si no sabremos expresarnos con la suficiente transparencia o si simplemente nuestro receptor es un imbécil redomado poco espabilado.

Llegados a este punto, algunas personas comienzan entonces a gritar, pensando que al alzar la voz el contenido de su mensaje se hará más claro; otras despotrican ferozmente y agreden verbalmente a su adversario, tratando de minar la seguridad de éste humillando y menospreciando sus argumentos e ideas, y otras pocas se muerden la lengua tratando de ocultar (normalmente sin éxito) su certeza absoluta de que tienen razón y lo que sucede es simplemente que la otra persona es incapaz de comprender la verdad de sus argumentos, corta de miras, y hasta se apiadan de ella, misericordiosos (estos últimos quizás sean los peores, ya que su férrea convicción los hace soberbios e intransigentes; seamos humildes y librémonos del fanatismo, Amén). 

Volviendo al principio y resumiendo: Parece ser que hay ciertas personas que pese a tener a su alcance todas las herramientas posibles para comunicarse no son capaces de ponerse de acuerdo ni de comprenderse. ¿Por qué les pasa esto? Mi teoría es simple: Están codificadas en diferentes claves. Quizás compartan algunos símbolos o sean capaces de traducirlos, pero serán tan solo destellos fugaces de comprensión, guiños de complicidad efímeros sobre un abismo insalvable. Otras personas, sin embargo, parecen saber descifrarse con tal soltura que hayan dedicado sus vidas enteras a estudiar sus códigos; entre éstas personas bastarán un par de miradas, un gesto vago, algunas palabras.

Conclusión: Intentemos pensar que existen otros lenguajes de programación (tantos como personas) en vez de dar por hecho que la persona con la que discutimos es lerda, o que lo somos nosotros. Aunque bueno, si al final descubrimos con certeza irrevocable que de verdad es lerda, pues será que lo es, ¡tampoco es cuestión de negar la realidad!


11 sept 2012

¿Con qué derecho se dice que un niño está más cualificado que otro?


Vivimos en una sociedad en la que somos más  un número que una entidad. Una entidad humana, a ver si piensan los que me leen que con entidad pretendo decir financiera, un bolsillo con más o menos dinero (que puede ser que así es como nos vean nuestros queridos dirigentes, como una cartera numerada con piernas y mas o menos billetes asomando).

Vivimos en un modelo social en el que hacemos creer a las personas desde muy pequeñas que las que tengan el número más alto en una calificación sobre conocimientos aleatorios son las más inteligentes. ¿Quién ha decidido que es más importante saber el teorema de Pitágoras que diferenciar qué setas son venenosas? ¿Quién ha llegado a la conclusión de que un problema matemático sólo será correcto cuando la solución venga dada siguiendo el procedimiento exigido por el profesor?

Se está matando la originalidad,  la creatividad, y lo peor de todo, el amor propio de esas pequeñas personitas desde su más tierna infancia. Porque ese convencimiento que van a adquirir desde tan temprano, esa sensación de superioridad o inferioridad con respecto a sus más aventajados o desaventajados compañeros, es algo que les acompañará de por vida y que probablemente determine por completo sus futuros; es algo que va a modelar profundamente su personalidad y actitud en la vida.  Estamos creando cuadrillas de críos que saldrán de los institutos convencidos de que los números, de calificaciones o de las nóminas, determinan sus aptitudes. Y no lo hacen.

¿Con qué derecho se dice que un niño está más cualificado que otro? ¿En qué escala? ¿En qué materia? ¿No puede ser que a ese niño simplemente no se le esté estimulando correctamente en lo que realmente destaca? Siempre hemos escuchado que los adultos tienen la razón, que los niños no saben. Pero nunca he visto guerras generadas por los errores de unos niños, ni por las pasiones mal reprimidas de unos chiquillos, nunca he visto maldad sin solución, terrorismo o destrucción deliberada y malsana en los juegos infantiles. Los adultos, mal que pese, no son más que niños grandes, y como tales, no deberían decidir libremente sobre la vida de otras personas, y menos aún siendo estas personas débiles, pequeñas y fácilmente manipulables. Cortarle las alas al futuro de una criatura porque sea torpe en matemáticas, o en sintaxis, quizás esté privando a la humanidad de un brillante inventor. Y no por no estimularlo, sino por minar su confianza en sus posibilidades para destacar en algo por encima de los demás.

Ser adulto no debería implicar querer organizar a tu manera el mundo que te rodea o manejar la situación según lo que más correcto parezca en ese momento, mirando en realidad por tus propios intereses y convicciones. Quizás en el siguiente post sustituya la palabra niño por pueblo, y adulto por gobierno.