23 mar 2010

Observas, luego piensas (luego existes).

A veces sucede que de repente tomas conciencia de qué estás pensando, sin más.


Puedes ir caminando con o sin rumbo por la calle, escuchando música, por decir algo, y echar un vistazo sin darle mucha importancia a una señora en chandal, que se para y mira entusiasmada el escaparate de una joyería. Entonces la observas, y analizas la situación; te sorprendes sonriendo ante la paradoja Swarovski-Adidas. Podría haber pasado desapercibida a tus ojos, pero no lo ha hecho, y eso hace que tomes consciencia del mundo a tu alrededor, y comiences a prestar atención a la gente que te rodea mientras sigues caminando, sin (o con) rumbo: el chico gordo del pastel enorme, que come refugiado en su mundo de azucar y crema, la señora mayor que apenas puede caminar y cruza la calle del brazo de un chico casi adulto con sindrome de down (lo que te lleva a preguntarte quien cuida de quien), el hombre que toca el acordeón, con la sonrisa en la misma postura de siempre, sentado en su silla de la esquina; la gente que parece esperar a alguien, los que caminan con prisa, (me pregunto, ¿Con o sin rumbo?), las colegialas, los trajeados, los enganchados al movil…


A veces tus ojos chocan con los de otra persona que parece observar también, y mientras le devuelves la mirada vuelves a ser alguien que escucha música por la calle mientras camina sin más (o quizás haya reconocido a otro observador en ti, y se pregunte qué te preguntas), o te cruzas con alguien a quien conoces, viendote entonces obligado a saludar con un ademán cortés de cabeza y mano, acompañado con una sonrisa leve. Ese es el punto en que la cabeza se te va y vuelves a tu música, a otros pensamientos de los que no tienes apenas consciencia, a vagar por la ciudad entre los mares de gente, quizás pensando en el saludo, en aquel hombre que saca dinero del banco, en el nuevo escaparate de la colección primavera-verano del corte ingles, o en el cerezo en flor de la plaza (pensamiento hermoso allá donde los haya).



Conclusión 1. Caminar con música con o sin rumbo por la ciudad me lleva a pensar en los comportamientos de los demás y en los cerezos en flor de la plaza, pero no en mi propia conducta.


Conclusión 2. Caminar con música con o sin rumbo por la ciudad, no es lo suficientemente entretenido para mí, por lo que tengo que buscar paradojas y comportamientos extraños en lo que me rodea.


Conclusión 3 y final. Los cerezos en flor de la plaza y los comportamientos de los demás, son paradojas, mi propia conducta, no. Já! Silogismos a mí... Con esto y un bizcocho, calimocho a las 8!

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