Hay demasiados ruidos en el mundo.
Demasiados ruidos sordos,
Sin palabras, sin rumbo,
Sin sentido,
Ruidos secos, vacuos, mudos ruidos.
Y me canso de los ruidos que no suenan,
Que resuenan, que retumban
En el fondo del fondo de mis ideas
Ruidos sin voz, que chocan, de lejos,
Solo ruidos.
Quiero escuchar como los árboles arrullan
Los murmullos del viento,
Mientras hojas secas liberadas
Como druidas, breves,
De las ramas caen, ocres, y vuelven a la tierra,
Contando historias, como vidas,
Que contaron las suyas, sin ruido.
Y quisiera oír las voces dulces,
Sobre el ruido, perforando mi cabeza,
Y escuchar más allá, sin oír el ruido continuo del mundo,
La voz serena de tus ojos.
Pero el ruido no me permite hablar,
Continuo, molesto, incansable, reverberante. Entonces,
Lo ignoro, sabiendo que no lo escucho;
Lo oigo, lo aíslo, lo apago.
Se sepulta, de repente, rendido.
Y filtro entre mis labios el sonido de tus ojos,
Lo convierto en música,
En canto, melodía, religión.
Mágico blanco momento en que
Silencian el mundo tus pupilas con mi voz.
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