Hace tiempo que me vengo notando las palabras algo oxidadas en la punta de las neuronas, medio apagadas, medio chisporroteantes de impaciencia y entusiasmo, gritándome "¡Venga, venga, déjanos salir, déjanos salir...!", así que seguramente ya sea hora de echarles un poco de aceite y darles la oportunidad de salir a ver el mundo; al fin y al cabo, ellas lo han querido. Y por eso, aquí estoy de nuevo. Ante todo, como bien me enseñó mi madre, hay que saludar, así que ¡saludos a todos, internáuticos lectores!
...y ahora, prolegómenos aparte, lo que nos gusta: El despotricamiento.
EL DESPOTRICAMIENTO.
Qué decir. Qué panorama. Qué momento de mi vida, tan irrelevante para el panorama, pero tan relevante para mi visión y particular percepción de dicho panorama... Recién licenciada, española, joven (guapa, creativa, lista como el hambre, amante de la comida que otros preparan, entusiasta de los puzzles cuando no soy yo quien tiene que hacerlos... ya otro día os cuento mis múltiples virtudes y cualidades, esas que tan inútiles me están resultando para ganarme la vida), en definitiva, una chica normal y corriente, como cualquier otro jovenzuelo de mi edad, con la misma sensación de angustia continua por el qué demonios voy a hacer (y cuándo demonios voy a poder hacerlo) y la desazón también continua del madre mía dónde me he metido.
Supongo (y espero) que no soy la única a la que se le pasan por la cabeza pensamientos como "mis padres a mi edad ya hacía años que vivían juntos", "mi madre a esta edad ya me había tenido", "mi hermano mayor consiguió trabajo a la primera y sin carrera", "antes de vivir en casa de mis padres hasta los 40 me pego un tiro", "no tengo dinero para el billete a Australia ni manera de conseguirlo", etc, etc, etc... Pues sí. Tono tragicómico pero con trasfondo, sobre todo, de terrible desesperación. Con humor o sin humor, creo que si tuviéramos que hablar de un denominador común en esta generación sería sin duda esa desesperación de saber que nos hemos formado durante años para terminar viviendo en este presente incierto, en esta incertidumbre constante del qué va a ser y del qué voy a hacer, en esta sólida resignación de tener que ir haciendo lo que malamente vayamos encontrando, cobrando poco y mal (aunque la mayoría de nosotros hable inglés mejor que el presidente del Gobierno).
Así estamos. Y en este panorama de descontentos generales y tiempo libre indefinido en el que curiosamente el menor de los problemas es que los jóvenes no encontremos trabajo ni ocupación, estamos alimentando algo muy peligroso: las ideas. Y digo peligroso porque estas ideas, la mayoría de las veces, no se basan precisamente en un pensamiento crítico y bien definido, sino más bien en un pensamiento difuso y mediático, mal fundamentado, pobre y superficial. Los jóvenes y los no tan jóvenes tenemos tiempo para informarnos, gracias a Internet, sobre cualquier cosa, pero la mayoría de las veces lo hacemos rápido, mal y según nos convenga. Podemos incluso llegar a convertir una idea en un eje central alrededor del cual añadimos y hacemos girar otras ideas, formando una especie de mecanismo en el que todas las piezas encajan perfectamente... pero, ¿y si la idea que hemos tomado para hacer de eje central fuese errónea o incompleta? ¿Y qué pasa cuando hemos defendido tanto esa idea que llega incluso a convertirse en símbolo de nuestra propia identidad...? Es sorprendente la cantidad de veces que creamos dogmas sin siquiera ser conscientes y sin percatarnos del peligro que esto entraña.
Y en este querer tener ideas lo antes posible y acerca de todo para de todo poder opinar es en mi humilde opinión donde estamos perdiendo la perspectiva del conjunto y de la realidad.
En definitiva: estamos creando una sociedad de sabelotodos que nada saben, de filósofos en 140 caracteres, de opiniones de bolsillo repetidas hasta perder el sentido, de denunciar las incoherencias desde la propia incoherencia, de no saber lo que realmente significa lo que decimos. La formación de opiniones o ideas, más que algo puntual y estático, debería ser un continuo a lo largo de la vida, como algo dinámico que va evolucionando a medida que la personalidad y la mentalidad de la propia persona evolucionan. Deberíamos ser capaces de cambiar de idea cuando nos ponen delante de las narices un argumento que racionalmente tira por tierra todo lo que pensábamos, pero... a menudo nos falta humildad. En cualquier caso, recordad que a las personas con las ideas estancadas, al igual que sucede con los charcos, tarde o temprano se les secan las neuronas.
"Sólo la inteligencia se examina a sí misma"
Jaime Balmes